El pájaro Azul (V)

 

El mago, que era amigo del Rey Encantador, fue con el hada Soussio a quien conocía, pero estos no eran amigos ya que discutían frecuentemente, como todos los magos y las hadas.
 Ella lo recibió cortésmente, y le preguntó que quería. El mago quiso hacer un trato con ella para que devolviera al Rey a su forma original, pero ella sólo aceptaría si el Rey Encantador aceptaba casarse con Troutina. El hechicero había visto a esta novia tan desagradable que no podía aceptar. Sin embargo, el Pájaro Azul había corrido ya muchos riesgos en su jaula: una de las uñas de sus patas se había roto y sufrió mucho en la caída; Minetta, el gato, lo fulminaba con la mirada de sus ojos verdes; los asistentes habían olvidado darle semillas de cáñamo y su vaso de agua por lo que estaba medio muerto de hambre y sed; y un mono había arrancado gran parte de sus plumas. Lo peor de todo, su próximo heredero había difundido noticias de su muerte y amenazó con apoderarse de su trono.
En estas circunstancias, el mago pensó que era mejor estar de acuerdo con lo que el hada Soussio quería para que el Rey Encantador pudiera volver a su reino y a su forma natural durante seis meses, con la condición de que Troutina debería permanecer en su palacio, y que él debería tratar de enamorarse y casarse con ella; sino, volvería a ser un pájaro azul.
 Así, el Rey se vio a sí mismo una vez más como el Rey Encantador y ya no más como un pájaro, sin embargo, él hubiera preferido seguir siendo el Pájaro Azul y estar cerca de su amada, que un Rey para la sociedad y junto a Troutina.
 El mago le dio las mejores razones de lo que se había hecho y le aconsejó que se ocupara de los asuntos de su reino y el pueblo; pero él no pensaba tanto en estas cosas como en la forma de escapar del horror de casarse con Troutina.
 
Mientras tanto, la Reina Fiorina, vestida de campesina con un sombrero de paja en la cabeza, y un saco de tela al hombro, comenzó su camino: a veces a caballo, a veces a pie, a veces por mar, a veces por tierra, caminando cada vez más hacia su amado Rey Encantador. Un día, deteniéndose junto a una fuente, dejó su cabello suelto y sumergió sus cansados ​​pies en el agua fría, cuando una mujer vieja, encorvada y apoyándose en un cayado, le dijo:
"Mi hermosa doncella, ¿qué haces aquí sola?"
"¡Madre!", Respondió la reina, "tengo demasiados problemas para ser una compañía agradable."
"Cuéntame tus problemas y yo trataré de alivianar tu carga".
Fiorina obedeció y contó toda su historia y cómo ella estaba viajando por el mundo en busca del pájaro azul. La pequeña mujer escuchó con atención y a continuación en un abrir y cerrar de ojos, se convirtió, en una hermosa hada.
"Incomparable Fiorina, el Rey que buscas ya no es un pájaro, mi hermana Soussio le ha devuelto a su forma adecuada, y gobierna en su propio reino. No te aflijas, la felicidad será tuya. Toma estos cuatro huevos, y cada vez que estés en problemas, úsalos" Y habiendo dicho esto, el hada desapareció.
Fiorina, muy consolada, puso los huevos en su saco y volvió sus pasos hacia el país del Rey Encantador. Caminó ocho días y noches sin parar, y luego llegó a una montaña hecha de marfil. Escaló lo más que pudo hasta sentirse muy abatida; cuando se acordó de los huevos, rompió uno y dentro de él salieron pequeños ganchos de oro con los que colocó en sus pies y manos, y subió la montaña con facilidad. Al llegar a la cumbre se encontró con nuevas dificultades, porque el valle de abajo era un gran espejo liso en la que sesenta mil mujeres se admiraban a sí mismas a través de este. Ellas sentían necesidad por el espejo puesto que este no mostraba cómo en verdad eran sino cómo ellas deseaban ser. Ninguna había llegado a la cima de la montaña, y cuando vieron a Fiorina estallaron en gritos furiosos: 
"¿Cómo pudo esta mujer trepar la colina? Si desciende sobre nuestro espejo sus pasos podrían quebrarlo en mil pedazos".
La reina, sin saber qué hacer, rompió el segundo huevo y salieron volando dos palomas sujetas a un elegante carruaje en la que Fiorina montó y descendió suavemente sobre el espejo a los pies del valle.
 "Ahora, mis palomas bonitas", dijo, "¿me llevarían al palacio del Rey Encantador?" 
Las palomas obedientes volaron día y noche hasta que llegaron a las puertas de la ciudad.
Allí la reina las despidió con un beso dulce, que valía más que su corona.
¡Cuán rápido su corazón latía cuando ella entró, y pidió ver al rey!
 "¡Tú!", Gritaron los sirvientes burlándose. "Pequeña niña campesina, tus ojos no son lo suficientemente merecedores de ver al Rey. Además, él irá mañana al templo con la princesa Troutina con quien por fin ha aceptado casarse".
Fiorina se sentó en un escalón y escondió el rostro bajo del sombrero de paja y su pelo caído. "¡Ay!" Exclamó, "mi pájaro azul me ha abandonado."
Ella no comió ni durmió, y al alba se levantó y abrió paso entre los guardias del templo donde vio dos tronos, uno para el Rey Encantador y el otro para Troutina, quienes habían arrivado. Frunciendo el ceño, Troutina exclamó: "¿Qué criatura es quien se atreve acercarse a mi trono de oro?"
"Yo soy una pobre campesina", dijo Fiorina, "Vengo desde muy lejos para vender curiosidades". Y sacó de su bolsa las pulseras de esmeraldas que el pájaro azul le había dado.
"Son baratijas muy bonitas", dijo Troutina. El Rey al ver los ornamentos se puso pálido, recordando los que le había dado a Fiorina.
"Estas pulseras valen la mitad de mi reino, y no pensé que había más de un par en el mundo."
"Entonces voy a comprarlos", dijo Troutina, pero Fiorina se negó a venderlos por dinero: el precio que pedía era el permiso para dormir una noche en la Cámara de los Ecos.
"Como quieras, tus negocios son lo suficientemente barato", respondió Troutina riendo: y cuando ella se echó a reír mostró los dientes como los colmillos de un jabalí.
Cuando el Rey era un pájaro azul, había informado a Fiorina sobre esta Cámara de los Ecos donde se podía escuchar cada palabra dicha en ella. No podía haber elegido una mejor forma de reprocharle su infidelidad. Sin embargo, vanos fueron los sollozos de Fiorina, pues el Rey había comenzado a tomar opio para calmar su dolor. Al día siguiente, Fiorina estaba en una gran inquietud. ¿Pudo haber realmente oído y le ha sido indiferente mi dolor, o a caso no oyó nada? Ella determinó comprar otra noche en la Cámara de los Ecos, pero no tenía más joyas para tentar a Troutina, de modo que ella rompió el tercer huevo. De ahí salió un carro de acero pulido, con incrustaciones de oro, tirado por seis ratones verdes, el cochero era una rata de color rosa. En el interior del carro había títeres pequeños que se comportaban como damas y caballeros  vivos.
Cuando Troutina fue a caminar por el jardín del palacio, Fiorina la esperaba en un callejón verde e hizo galopar a los ratones hasta que la princesa estaba tan encantada que quería comprar la curiosidad a cualquier precio. Una vez más Fiorina le exijía el permiso para pasar otra noche en la Cámara de los Ecos, y de nuevo el rey, sin ser molestado por su llanto debido al opio, durmió sin despertarse hasta el amanecer.
Al tercer día, uno de los criados del palacio, fue a hablar con Fiorina y le dijo:
"Estúpida campesina, es así cómo el rey toma opio todas las noches, o es que quieres molestarlo con esos horribles llantos tuyos".
"¿Eso hace?" dijo la reina comprendiéndolo todo. "Entonces si prometes esta noche mantener la taza de opio lejos de él, estas perlas y diamantes", y ella tomó un puñado de ellos de su saco, "serán tuyos."
El criado aceptó; luego Fiorina rompió el cuarto huevo de la que surgió un pastel preparado con aves, que a pesar de que habían sido desplumados, horneados, y listo para la mesa, cantaba tan maravillosamente como si las aves estuvieran vivos. Troutina, encantada con esta novedad maravillosa, lo compró por el mismo precio que el resto.
Cuando todos los del palacio estaban dormidos, Fiorina por última vez, con la esperanza de que el Rey Encantador la oyera, y lo llamaba diciéndole todas las expresiones más dulces recordandole así todos los votos que él le había hecho y sus dos años de felicidad.
 "¿Qué te he hecho para que me hayas olvidado y quisieras casarte con Troutina?" sollozó, y el rey, que estaba completamente despierto, la escuchó. Él no podía entender de quién era esa voz ni de dónde venía, pero de alguna manera le recordaba a su querida Fiorina, a quien nunca había dejado de amar. Llamó a su criado, le preguntó quién estaba durmiendo en la Cámara de los Ecos, y éste le dijo que era una campesina que le había vendido a Troutina un brazalete de esmeraldas. Entonces él se levantó, se vistió a toda prisa y fue en busca de la campesina. Ella estaba sentada en el suelo muy triste, con el cabello ocultando su rostro y sus ojos hinchados por las lágrimas, pero él reconoció a su amada Fiorina. Cayó de rodillas ante ella, besó sus manos, se abrazaron y lloraron juntos.
En ese momento apareció una hechicera amistosa, con una magia aún más grande que Soussio, era la misma que había dado a Fiorina los cuatro huevos. Ella vio que su amor era más fuerte que el poder de Soussio, y exclamó que los amantes debían casarse sin más demora.
Cuando estas noticias llegaron a los oídos de Troutina, corrió hacia la Cámara de los Ecos, y allí vio a su hermosa rival, a quien tan cruelmente había tratado. Sin embargo, en el momento que abrió su boca para maldecirlos a ambos, su lengua fue silenciada para siempre y la hechicera la transformó en una trucha, y la arrojó por la ventana hacia una corriente que fluía a través del jardín del castillo.
En cuanto al Rey Encantador y la Reina Fiorina, librados de todas sus penas y entregados el uno al otro, su alegría era indescriptible y duró hasta el final de sus vidas.

Fin
(Autor Desconocido)




 

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